domingo, 25 de mayo de 2014

La Chicha

Con 89 años, el miércoles 21 de mayo de 2014, a las 6 de la tarde,  partió la Chicha.
La abuela fué y será incondicionalidad.
Por más de 10 años seguidos vino sistemáticamente a visitarme los días lunes.
Siempre venía con un chocolate; el que más recuerdo es el Bonafide rojo, pero iba cambiando según la época.
Cuando tenía 12 años, me ayudó a estudiar para el ingreso al Carlos Pellegrini. Me  insistía para que estudie media hora más y yo le pedía una condición a cambio:
Tenía que empujarme en la silla con rueditas que yo manejaba con una percha. Hacíamos círculos en el departamento de los Incas; tres y hasta cuatro vueltas. Yo pasaba cambios imaginarios y ella aceleraba. Estábamos bien sincronizados.
La chicha era buena e intelectual, siempre buscando ayudar y aprender; apasionada de las palabras y las plantas.
No contaba historias del pasado (de hecho, se enojaba cuando le preguntabas, especialmente si incluía al abuelo “poroto”).
Sus relatos tenían como protagonistas las palabras: cuál era su uso correcto, cuales había aprendido recientemente y por supuesto, daba cátedra sobre las muy antiguas, esas que uno ni conoce.
Todo esto claro, por partida doble, en español y en el idioma que enseñaba: inglés.
Su título de profesora lo obtuvo en el Joaquin V Gozalez. No viene al caso, pero siempre mencionaba esto porque parece, le daba mucho prestigio.
Si hay algo que siempre me dio lástima, es lo poco que pudo viajar y practicar el idioma; quizás solo le gustaba leerlo y así aprender nuevas literaturas directamente desde su lengua de origen,  como la de su favorito, Shakespeare.
Dejó una biblioteca de una pared entera. Apuesto que no hay un solo libro, que no tenga una marca en lápiz de alguna palabra o frase; así le gustaba leerlos.
También dejo un balcón lleno de plantas. Las observaba a diario y luego te contaba si se le habían secado hojas, tenido flor o cómo le tomaba la enredadera. Siempre me preguntaba “¿Cómo están tus plantitas?”
Nunca vi a alguien tan estricto en el no uso de “malas” palabras, hoy lo entiendo quizás, como su amor por las “buenas”.
Todavía recuerdo la vez que me lavó la boca con jabón por haber dicho una y la que me pegó una cachetada cuando le dije “no me rompas las pelotas”.
Como dije, la abuela es incondicional, por lo que no le guardo rencor.
El día que la despedimos sentí la necesidad de decir unas palabras en público, fue un doble homenaje.
Como toda intelectual, no brillaba en la cocina, aunque los ñoquis de vitina gratinados le salían muy ricos.
Su promesa de llegar con vida para ver a sus bisnietos fue literal. Nacieron con 10 días de diferencia y en el día 11, la internaron. Su partida fue lenta y por suerte todos estábamos preparados para ella.
Su muerte me emocionó pero no me amargó; incluso, me alegra saber que toda su sabiduría y lo que nos enseñó, hoy recobran vida, estando presentes más que nunca.

Chichareli, donde quiera que estés, que tengas paz infinita.